viernes, diciembre 30, 2011


Una familia que vive de la risa

Antes de llegar a una fiesta, algunos payasos preguntan cuál es la situación actual de los anfitriones: si el niño está sano o enfermo, si los padres viven juntos o separados, si hay un muerto reciente o si pasan en casa por un momento grave… Toda esta información sirve, porque ocurre a veces que las rutinas no producen carcajadas, que se crean situaciones incómodas al mencionar a una madre o un padre ausentes, por ejemplo, o que los invitados de plano no tienen ganas de reír y más que fiesta parece velorio. ¿Velorio? “Nos ha pasado”, cuenta la payasa Estrellita, “que llegamos a la fiesta y hay invitados, globos, pastel, pero no hay festejado: el festejado es una fotografía, pues le celebran su cumpleaños al niño que ya falleció”.
Una fotografía o un féretro blanco. “Sí nos sucedió una vez que íbamos preparados para el show y el niño de la fiesta descansaba en un ataúd: le estábamos dando el último adiós.”

Amor a la primera sonrisa

Esta familia de payasos es resultado del cruce de dos historias. Una, la de Alberto José Delgadillo, cuyo nombre artístico es Chapotín. Él se inició en el oficio como secretario del payaso Margarito. En esas andaba cuando en un festival en Puebla vio a una chica muy simpática, la payasa Estrellita, y fue amor a la primera sonrisa. Ella le diseñó el personaje, le sugirió rutinas y lo convirtió en el payaso, y el hombre, que hoy es.
Cuando se conocieron, Estrellita era la payasa experimentada en cuanto al trabajo y la vida; tenía dos hijos. Su nombre civil es Julieta Escobedo Sánchez. Cuenta así el descubrimiento de su vocación y la génesis de esta familia singular: “Me hice payasa por necesidad. Tenía quince años y me embaracé. Mi papá me corrió de la casa, mi mamá me retuvo pero él nos quitó el gasto; y había entonces que trabajar. Encontré un anuncio que decía: ‘Solicito personal masculino y femenino, no importa experiencia, sólo que sepa leer y escribir’. Fui y me enteré que buscaban payasos. Les dije: ‘Si me enseñan, yo le entro’. Y así comencé”.
Siguió los pasos establecidos en la agencia Popis y sus Payasos: primero fue asistente, luego payasa principiante hasta que pudo ser responsable de una fiesta. Y puso su anuncio en el periódico. Los vecinos murmuraban, le preguntaban al padre: “Oiga, tuvo fiesta y no nos invitó, vimos a un payaso entrar a su casa”. Y él negaba todo; le pedía a la hija que se disfrazara fuera del barrio. Le daba pena.

Sangre ligera

Puede uno imaginar las discusiones en casa y los gritos: “¡Es que eres muy payaso!”, “¡También tú eres muy payasa!”, etcétera. Quienes a esto se dedican deben tener la sangre ligera. Uno de sus preceptos es dejar el mal humor en casa y salir a trabajar como lo que son. En el transporte público generan miradas curiosas, risas cómplices y burlas. Y en la vida los aquejan, como a todos, las tribulaciones, como el tener un hijo en la cárcel: a Lobito, Adán Martínez Escobedo, lo encontró la policía con un grupo de maleantes; la familia lo defiende, aseguran que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado, y que es, como dice el poema de José Agustín Goytisolo, un Lobito bueno.
Los hijos asistieron primero a sus padres en los eventos, sobre todo a Estrellita, y luego fueron bautizados. Uno es Lobito, por velludo, y otra Pinky Ninky (Carolina); luego vinieron Angie Star (Ángeles Eveline) y Baby Star (Jessica Vanessa)… y se agregó recientemente Güigüichis, de nombre Luis Alberto, marido de Angie. El ser payasos es una segunda carrera que se ejerce los fines de semana, pues siguen sus estudios o tienen un oficio paralelo.
—¿Hay mucha competencia?
—Bastante —responde Chapotín—. Hay en La Merced unos payasos que se ofrecen muy baratos y al dos por uno, pero no prometen lo que nosotros damos: regalos, juegos y concursos, nada de doble sentido… Y luego llegan tarde o no aparece la botarga.
—¡Y hasta puede presentarse borracho el payaso!
—Sí, puede pasar. Cuando yo era secretario de Margarito le empezó a dar por el trago; además, fumaba. Fuimos a dar una función y los niños se quejaron porque olía mal el payaso. Él se defendió: “Es mi loción, es que uso 7 machos”. Yo le reclamé: “Te ves mal, Margarito, te ves mal”.

Herencias

—¿Hay muchas familias de payasos?
—Sí —dice Estrellita —, es un oficio que se hereda de padres a hijos. En mi caso soy la iniciadora de esa tradición. Inicié a mis hermanos, que también son payasos; en este medio conocí a mi esposo, y tengo cuatro hijos que también están en esto.
—La única que no es payasa es mi abuelita —interviene Baby Star.
El nombre llega, se encuentra. Estrellita cuenta que antes se llamó Galleta, y todos se la querían comer; se llamó Florecita, y la querían deshojar… Hasta un día, en casa de uno de sus compañeros, en que la golpeó una puerta abatible. “¡Ay, me estrellé!”, gritó. Dijo el amigo payaso: “Así te vas a llamar, Estrellita”.
Se calcula que hay unos diez mil payasos profesionales en la Ciudad de México. Se les ve en los restaurantes maquillando y haciendo figuras con globos; y en las fiestas, claro. Suelen visitar hospitales, como servicio social, para alegrar a niños enfermos a veces en etapa terminal.
Entre los políticos hay quienes se hacen los payasos, sin serlo, pero esos no cuentan. A una cuadra de la casa de Estrellita y Chapotín está el Congreso de la Unión, carpa honorable que en los días de guardar cierra sus puertas. No ven ellos a esta otra prole, la de los políticos, como una competencia, aunque de lejos así lo parezca.
—¿Y su papá la aceptó al fin como payasa, Estrellita?
—Fue viendo mi evolución y en el 2006, cuando me nombraron payasa del año, ya decía muy orgulloso: “Esa es mi hija”.

Diciembre 2011

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